La persona rígida tiene un problema, la persona hiperlaxa también tiene un problema, el mismo: falta de firmeza.
Rigidez y flexibilidad son dos vertientes de una misma cosa, dos caras de una misma moneda, y en comunicación no verbal constituyen un eje esencial, pues es la base de nuestro lenguaje corporal y uno de los tres pilares en los que se apoya el bebé a la hora de comunicar. El bebé nos muestra con su relajación o tensión si está bien o está mal, si algo le gusta o le disgusta.
Como todos los extremos, rigidez y laxitud se buscan, se encuentran, se tocan y chocan. Cuando se rechazan en extremo, el efecto es el contrario, se atraen en extremo. ¿Por qué? Porque los extremos se tocan, la línea recta no existe, forma un círculo, donde el final se junta con el principio.
Rigidez y laxitud solo se llevan bien cuando se regulan en su justa medida, el sabio y aristotélico punto medio. Es una cuestión de firmeza.
La persona rígida tiene un problema, la persona hiperlaxa también tiene un problema, el mismo: falta de firmeza. El rígido encuentra el límite demasiado pronto, el laxo, no lo encuentra, lo tolera todo.
Ante una situación conflictiva, el primero reacciona generando un conflicto evitable, el segundo, lo ve, pero lo disculpa, entrando en contradicción y en conflicto consigo mismo y esto luego le pasa factura. Su mundo consciente y su mundo inconsciente no dejan de echar cuentas, y las cuentas no salen, no encuentra la solución, porque están tapando el problema. Se pierden, tapan, tragan y siguen. Ante los demás quedan bien, no dan problemas, pero se fallan a sí mismos. El hiperlaxo pierde en conciencia, coherencia y autoestima. Al contrario que la persona rígida, bruta, agresiva, directa, violenta, tajante u hostil, el hiperlaxo goza de mejor prensa, es amable, tolerante y simpática, pero en realidad, ambos representan la cara opuesta del mismo problema.
En ambos casos hay conflicto, el que nos invita a crecer. Desarrollar la firmeza, este término medio, resuelve no solo este conflicto, sino el genérico, todos los de su tipo, y las mismas situaciones que antes se repetían una y otra vez dejan de aparecer, pues es la fórmula que lo desactiva de raíz.
La rigidez, la laxitud, la firmeza, se ven en el cuerpo, de los pies a la cabeza, en cómo de sólida es mi pisada, en la estabilidad de mis postura, en la soltura del movimiento, en el grosor de mi piel, en tono, ritmo y voz, en la inclinación de mi cabeza, en cómo doy la mano al saludar o en cómo muestro palmas al hablar.